La música ya no suena, se acabó el concierto. Todo lo que quieras decirme debiste hacerlo en el escenario. Se acabó el teatro, encendieron las luces de la sala, y tú, que te llamas Pepe, Javi o Luis, vas a tener suerte si sales de aquí con dinero para la gasolina de vuelta a casa, o quizá la de tus padres. Despierta, no eres dios ni yo la hermanita de la caridad para escuchar amablemente tu ráfaga de pedantería, y si acabas de grabar un temazo, espero que me lo cuente otro, y no tú mismo. De lo contrario, te meteré en el apestado saco de esos repelentes individuos impregnados de esa atmósfera de novela de terror de Oscar Wilde a los que denomino como: “Los que están encantados de conocerse”, expresión que tomé prestada de mi amigo Salva de Chronic, por ser tan graciosa como precisa. Y es que yo te pregunto, Pepe, o Luis, o como narices te llames: Cuando activas esa actitud de teletienda de ti mismo, justo cuando yo pongo ese gesto facial raro que no sabes o no quieres descifrar (que no es otra cosa que el claro manifiesto de la perturbación a mi vergüenza ajena), ese momento en el que mi respuesta se debate entre la sorna y lo asertivo, mientras ejecutas esa danza de delirios que me condena a la farsa, en ese preciso instante de súmmum de lo absurdo… ¿En qué crees que estoy pensando? Como mínimo debes estar creyendo que estás cerca de convencerme de algo y ciertamente me asusta esa distancia vertiginosa, que no ves, entre lo que pretendes proyectar y lo que recibes. En todos estos… pongámosle veinticinco, treinta o treinta y cinco años de vida… ¿Qué has estado haciendo? ¿De verdad no has aprendido nada acerca de la comunicación no verbal? Para ti, ¿ser elegante qué es exactamente? ¿Llevar un traje de Valentino? Desde luego, lo último que debería preocuparte es que piense que eres un engreído, eso ya lo son muchos. Lo más grave de todo esto, lo que verdaderamente me sorprende, es que no seas lo suficiente inteligente como para saber identificar cuándo caes en el ridículo. Lo mejor que puedes hacer, Pepe, Javi o Luis, es volverte a casa pronto, darle un besito a mamá y dejemos al pueblo soberano que te dé o te quite la razón. Parafraseando a Edward Young: “La vanidad es hija legítima y necesaria de la ignorancia, el hombre es un ciego que no sabe verse a sí mismo.”