Texto por Jose Ajero
1939 es el año que a todos se nos viene a la cabeza, al leer periódicos o ver informativos en España. Políticos con leyes restrictivas se unen a católicos acólitos que nos dicen cómo hay que vivir y concebir la familia. Mientras tanto, la NBA y su versión femenina, en la conservadora Estados Unidos, abren las puertas del campo. Dos jugadores salen de su escondrijo secreto y dan un paso al frente: somos homosexuales y estamos orgullosos.
NO MÁS SECRETOS
“Lleva una enorme carga de energía guardar un buen secreto. Se hicieron interminables los años de miserable vida en los que he arrastrado semejante mentira”. De esta manera, Jason Collins definía su vida como el primer jugador gay en activo de la NBA. Suerte que lo dijo. No ha sido de los buenos, ni por asomo. Tiene un hermano gemelo con el que repartirse las mofas que recibía como jugador. Y un día, de buenas a primeras, pone patas arriba el mundo del deporte. No es el primer jugador de basket homosexual, seguramente. Pero sí es el primero que abre la puerta del armario, poseyendo aún una taquilla en un vestuario NBA. Ninguno de vosotros ha de sorprenderse de la homofobia que destila la comunidad afroamericana. A veces, su propio mundo les pone la venda en los ojos y nos le permite ir más allá. Por ejemplo, antes de Collins, John Amaechi reconoció que era gay. Lo suyo fue más sencillo. Tenía miedo de que los demás le pudieran dar de lado o convertirse en mofa continua, en una Liga en la que el trash talking -hablar mierda- es tan básico como unas zapatillas. Con todo y eso, Amaechi decidió en sus últimos meses no reprimirse. Se dejó llevar y sin dar explicaciones a nadie cambió su manera de proceder. Fue natural y su comportamiento le valió rechazo y arrinconamiento en una franquicia complicada como la de Utah Jazz.
El problema, sin embargo, nunca fue la discriminación por sexo, sino por desconocimiento. John supo que algún que otro compañero cayó en la cuenta de sus preferencias sexuales, de hecho le puso nombres y apellidos: Andrei Kirilenko. Sin embargo, los demás consideraron sus fulares, ropas más delicadas y perfumes de mujer como una “simple conducta de europeos”, de ingleses en este caso. El mismo Amaechi es el que apunta con sorna que sus compañeros pensaban que ser así es algo normal en las Islas, al menos tanto como tomar el té. De vuelta a Collins, lo que de verdad es una sorpresa es la naturalidad con la que la NBA aceptó el hecho. Podrían haberse callado. Mirar para otro lado. Pero junto al presidente Obama, sacaron la cabeza y dieron el mayor golpe de apoyo. En discursos calculados, en entrevistas buscadas, dos supuestos estamentos conservadores no dudaban en animar a Collins y a otros a que salgan a la luz.
NEGRA Y LESBIANA
En los mismos días en los que Collins se acercaba a Sports Illustrated -la mejor publicación deportiva sobre la faz de la tierra- otra puerta se abría. Los Phoenix Mercury, equipo de la WNBA, la NBA femenina, elegía en el número uno del Draft a Britney Griner. Directa desde la universidad ultracatólica de Baylor, Griner ha cambiado para siempre el baloncesto entre mujeres. Ha normalizado los mates, sin aspavientos, pero sin esfuerzos. Pulió récord de volcadas en la Universidad y en su primer partido como profesional, donde hizo dos. Pero la mayor “volvacada” la pegó al corazón de los estrictos e intachables cristianos de Baylor. Nada más sacar sus dos pies de la Universidad, reconocía que era lesbiana. La decisión era menos llamativa, bien por la posición del deporte femenino en la actualidad. Pero sobre todo, porque tampoco era nada extraño. Lo único que hacía era continuar otro gran estereotipo del deporte practicado entre mujeres.
Para más vueltas a las cabezas y a los corazones, llevó su talento al estado de Arizona. ¿Os suena “By The Time I get To Arizona” de Public Enemy? Una canción en la que Chuck D nos cuenta un buen plan y mil razones por las que matar al gobernador del estado. New Hampshire y Arizona fueron los dos únicos que se negaron a celebrar el día del nacimiento de Martin Luther King, el cuarto lunes de cada mes de enero. Una fiesta nacional, de las cuatro que se celebran obligatoriamente en todos y cada uno de los estados. Hace un par de años, el mismo estado tomó la delantera en cuanto a leyes restrictivas de inmigración. Cualquier persona sospechosa de no ser o parecer estadounidense, podría ser abordada en la calle por la policía y deportada a su país de origen si no podía acreditar permiso de trabajo o nacionalidad americana. Y ahí llegó Griner. Recién declarada lesbiana. Para hacer saltar por los aires sus bisagras reaccionarias. Saques de honor en las grandes ligas de béisbol, portadas y anuncios en el corazón de Phoenix, la principal ciudad del desierto de Arizona.
Collins y Griner no tendrían por qué haberlo hecho. Pero lo hicieron. Por ellos y por los demás. Por quitarse la máscara y la mochila de mil kilos que nos les dejaba respirar. Y lo mejor es que la Liga más famosa del mundo, es también la más tolerante y abierta. La primera que ha dado voz y voto a los afroamericanos. La que dejó que el hip hop entrara hasta sus vestuarios. Es la que sigue haciendo todo lo posible por estar a la altura de una nueva sociedad abierta y sin complejos. Mientras aquí, peligrosamente damos pasos para atrás, en cuerpo y alma.
Artículo publicado originalmente en el número 48 de Hip Hop Life